El tiempo y el espacio se habían hecho finitos, incluso suspendidos. No había impulso posible y por tanto no existía un salto posible. Sumergirse en el agua fría no sucedería. El miedo había detenido al tiempo. Entonces, la finitud fue imposible de contener. Se desbordó. El tiempo se desencadenó en una vertiginosa sucesión. No había impulso posible ni salto posible, pero el tiempo era de nuevo inmenso. La piel se había secado al sol, los tucanes susurraban en las copas de los árboles. No iba a saltar, recogió sus cosas y se marchó.
Irvine había sido devorado. Saturno se encargó de ello. Un último impulso, ¿lúdico? Y nueve años después el piolet seguía allí.
Se cayó. En un primer momento no podía respirar. Pero la vida le inundaba. Al borde de la muerte todo el cuerpo reacciona afirmando la vida, el flujo vital viaja hasta los rincones más recónditos, animando, reconstruyendo. Sin duda es un gran momento. Pero la vida que inundaba a Mallory encontró un cuerpo que ya no la pudo contener. El frío es vida. Lo último que sintió fue la vida.
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