Otra vez me caí. No fue debido a los pedales sino a la influencia de los foros. No frenes, recomiendan. Y no frené, incluso cuando estaba claro que tenía que hacerlo. Por supuesto me dolió más el golpe que los rasguños del zarzal en el que caí. La velocidad de la bajada requería toda mi atención, la disfrutaba. Efectivamente no hace falta frenar, al menos no en todos los sitios donde solía hacerlo.
El miedo está allí. A veces ganar un poco de seguridad te ayuda a dar el siguiente paso. Otras veces es fruto de los pequeños gestos.
Había llegado hasta el mirador de Hoyo, una ruta que me encanta pues me cuesta, incluso mucho. La tarde se iluminaba con un sol sabroso y nubes mullidas llenas de texturas pastaban tranquilas por la sierra de Guadarrama, dibujada en la cercanía. Cerré mis ojos arropado por el silencio, por mi respiración y por el viento.
Sentí. Cuando abrí los ojos ví posado junto a mí, a un brazo de distancia, un cernícalo primilla. Nos dimos un susto y emprendió el vuelo. Se trataba de una hembra. Su mirada amarilla se ha mudado a mi memoria. Los lunares de sus arenas alas transmitían cobijo, montaña, yerbajos. Fué un momento tan intenso que me llené de vida. Un extraño ejercicio de reflexión, el cernícalo y yo, vivos, cercanos, unidos.
Durante la bajada decidí hacer caso de los foros, no frenes tanto, bien dicen.
Quiero la montaña y doy gracias por esos instantes que me inundan de vida.
Abrazos
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